El día de muertos es una fecha que aunque quiera, no puedo evitar amar. No me olvido de lo mucho que me divertía de niña poniendo el altar con mi mamá y mi abuela y en lo mucho que disfrutaba viendo cómo el agua de los jarros se iba evaporando, mientras pensaba yo, que las almas de los muertos se la tomaban a sorbitos.
Todavía mantengo la tradición y se las he inculcado con toda dedicación; y exigencias por supuesto; a mis mocosos. Mientras sea su madre celebraremos el día de muertos con pan casero y cirios artesanales.
Lo mejor es que los chamacos se han vuelto tan exagerados como yo.
La fecha es pues, para la familia; un ritual de identidad y mucho cariño. Nadie compra un cacahuate en el Super y si se puede, ni en el mercado porque mucho de lo de ahí es importado. Generalmente buscamos tejocotes y calabaza con los campesinos del rumbo de Tlaltizapán y Zacatepec y preparamos dulce con piloncillo de caña.
Para el mole; si de plano se hace muy complicado hacerlo desde cero moliendo los chiles secos y eso; pues entonces preparamos verde. La semilla de pipián se cultiva también aquí en el país y se mezcla con tomates, cilantro y chilitos serranos.
Una buena opción que permite conservar la tradición gastronómica, es consumir los alimentos que venden ya preparados las señoras que hacen comida tradicional en los pueblos del estado. Es comida típica artesanal que se hace con rituales antiquísimos que forma parte medular de nuestra cultura.
Ah; y para acabar. Nada de disfraces de Batman o Bob esponja. Viste a tu escuincle de pan de muerto usando papel picado. Seguro va a ser de lo más original de la escuela.